lunes, 22 de diciembre de 2014

Deseos reciclados

      ¡Vaya noche la de aquel día! ¡Qué nervios pasé! Ojalá hubiera tenido una taza de té. Era la tercera vez que deseaba algo con toda mi alma y curiosamente era el mismo deseo.

      No pasaban las horas. Parecía que el reloj de cuco había marcado la medianoche hacía una eternidad.

      Yo esperaba inmóvil con los ojos abiertos de par en par, era inevitable. Tanta fue la espera que encontré el patrón de las luces del árbol y como tenían sonido, también adivinaba la canción que iba a sobrevenir a la que sonaba. Empezaban todas a resultar insoportables pero era por la impaciencia.

      La vida no es fácil y en situaciones así pasan por la cabeza mil detalles. En ese instante, por la desesperación quizás, recordé los malos momentos o los más duros pero también, por la misma presión del momento, vinieron muchos más buenos. Fue justo cuando me di cuenta que la ilusión nace de los recuerdos buenos e inolvidables y que las ganas, la predisposición, hace que las heridas se cierren aunque sea con hilo y aguja.

      Un ruido me distrajo de mi reflexión. Aún recuerdo la melodía de la canción de "Noche de Paz" que me pareció una ironía. Alguien se acercaba por las escaleras. De pronto las risas inundaron la casa y apareció como un ángel frente a mí. No lo podía creer, tenía los mismos ojos que su madre y su abuela, igual de brillantes.

      - Mamá, los Reyes me han traído una hermosa muñeca de trapo - gritó Julia sonriendo y abrazándome con tanta fuerza que me provocó, sin mala intención, este último descosido.




viernes, 12 de diciembre de 2014

El péndulo

- Escuche mi voz. No me separaré de usted en ningún momento – susurró moviendo ligeramente el péndulo de un lado a otro provocando que me adormeciera.

     Era mi última esperanza. Los trastornos de mi carácter debían haber encontrado ahí su fin. No era religioso y no estaba dispuesto a un ridículo exorcismo. Cuando el aire dejo caer en mis manos la propaganda de la consulta de la señorita Brooks creí que era mi salvación.

- Melvin, relájese y cuénteme que está viendo – susurró la doctora Jane Brooks obligándome a abrir los ojos.

     Aquella visión era un desierto de piedras. El cielo era completamente grisáceo y carente de sol. Caminé descalzo por lo que en aquel lugar me parecieron horas.

- Escuche mi voz. Estoy a su lado. Haga exactamente lo que yo le diga. Debemos accionar los resortes correctos. ¿Qué es lo que ve Melvin? – resonó por todo el cielo la dulce voz de Jane.

  Miré a mi alrededor y vi un pequeño resplandor a no más de quince metros de mí. Me acerqué. Un hombre estaba sentado en un diván sonriéndome. Se levantó y me ofreció el asiento mientras servía dos tazas de té. Por supuesto se lo dije a la doctora.

- ¿Cómo es ese hombre? ¿Cómo es? – me preguntó con insistencia Jane.

     No supe describírselo con exactitud. Era un hombre común de unos cuarenta años de edad. Moreno y de complexión atlética. Seguro que era inglés por su atuendo y por el té. Le dije que era apuesto y amable.

- Si le ofrece asiento, hágalo. Túmbese en ese diván Melvin – me aconsejó.

      La obedecí sin dudarlo. Estaba a nada de conseguir quizás mi respuesta y poder vivir en paz.

        Me tumbé. Él educadamente retiró de mis manos la tacita. Se sentó a mi lado. Sacó un péndulo de su chaleco y lo movió frente a mis ojos tal y como lo había hecho Jane antes.

- Querido Melvin. Soy el doctor Paul Hamilton. Escuche el sonido de mi voz. No me separaré de usted en ningún momento - me dijo. Confié plenamente en él de la misma forma que había confiado en la doctora Brooks.

        Desperté en el mismo diván del mismo desierto de piedras pero allí ya no estaba Paul. Sobre mí, en el cielo, comenzaron a pasar nubes a muchísima velocidad y se escuchaban entre ellas las carcajadas de Jane retumbando en cada una de las malditas rocas.

- ¡Doctora! Despiérteme por favor. Quiero salir de aquí ya. ¡Ayúdeme! - grité al cielo esperando angustiado una respuesta.

       Estaba desesperado. Ella no me oía pero yo a ella sí. Se entremezcló una voz más en todo aquel caos. Vi una luz en el horizonte y allí estaba Paul caminando. Corrí detrás de él pero en vano. La luz desapareció y el doctor con ella. El desierto se transformó en oscuridad y lo único que quedó fue este diván en mitad de la nada y puedo ver el reflejo de sus caras en las veloces nubes.

- Gracias querida. Siempre fue mi alumna más aventajada, ¿puedo invitarla a un té, señorita Jane Brooks?- dijo el doctor Hamilton con su cortés tono de voz tomándo la mano de la doctora.

- Por suspuesto mi querido Paul. Discúlpeme Melvin, no fue nada personal. Sólo necesitaba su cuerpo - respondió con una sonrisa mientras abrazaba mi cuerpo ya poseído por Paul Hamilton.


domingo, 7 de diciembre de 2014

Sueño helado


Devuélveme olvido el deseo
de una mirada inocente
que sólo persigue sueños
entre los copos de nieve.

¡Detente tiempo perverso!
Detente tan solo un momento
y calma el temperamento
que ya encontré tu noción.

Mira esa estrella de hielo
bailando por la ventisca
dibujando bajo abetos
los presentes ya fugaces.

Miraba detrás de la puerta
escondida sin resuello
esperando la sorpresa
y temblando de emoción.

Discúlpame tiempo de nuevo
por perderla sin cesar
pero es que al caer la escarcha
me trajo olvido un recuerdo,
que mucho se lo agradezco,
de una niña tras la puerta
que soñando con el hielo 
no quería despertar.




martes, 2 de diciembre de 2014

Para el Poeta Amante

Un año más de inspiraciones
y de pasiones envueltas
en cálidos versos
y sensuales deseos

Un año de hermosos sueños
entre letras de un poeta
que en cada una de sus líneas
deja su corazón abierto

Un placer Señor Cernuda
que Alfredo lleva por nombre
y por hombre que me enseña,
además de poesía.
con extrema delicadeza,
sensualidad y ternura.



dedicado a Alfredo Cernuda